El proceso comienza cuando las unidades vacías se ubican en una plataforma especialmente acondicionada, donde se evalúan riesgos críticos y se confirma que los conductores hayan descansado lo suficiente antes de iniciar el recorrido. En ese momento, completan una lista de comprobación y reciben una charla de seguridad.
Una vez cumplidos estos pasos, los camiones se dirigen a la zona de despacho en la planta de procesos, donde son cargados con el concentrado de cobre. Durante esta etapa se aplica el llamado silencio radial, un protocolo que limita las comunicaciones únicamente al supervisor de despacho y a los conductores para reducir distracciones. Antes de partir, sensores infrarrojos verifican el cierre seguro de la tapa de la tolva, asegurando que toda la carga quede correctamente contenida.
Sobre esta etapa, Palacios afirma que “todo el proceso está diseñado para que cada conductor tenga la información necesaria, se mantenga enfocado y pueda llevar a cabo un traslado seguro. Nuestro objetivo es que el viaje sea eficiente, responsable y sin incidentes”.

Con todo listo, los camiones inician un recorrido de 165 kilómetros hasta el puerto de embarque en Ilo.
Durante el trayecto, los conductores hacen pausas activas que les permiten gestionar la fatiga y mantener su capacidad de atención, un aspecto fundamental para una conducción segura. Tras la descarga, las unidades pasan por la zona de limpieza de contorno de llantas y luego retornan a la planta de procesos para comenzar nuevamente el ciclo.
En el puerto, el concentrado continúa su camino hacia los mercados internacionales a través de una faja transportadora y un equipo especializado conocido como shiploader, que abordaremos en detalle en una próxima edición del ABC de Quellaveco.